Helga llevaba unas tres semanas merodeando el edificio y no me pude resistir. Javier le daba croquetas de vez en cuando y yo comenzaba a imaginar lo bien que nos haría tener un perro en casa. Ciertamente cuando eres niño, un perro está al cuidado de tus padres aunque ellos insistan en que es tuyo (mis perros siempre terminaban obedeciendo más a mi papá o mi abuelo que a mí).
La idea de salir a pasear a diario me gustaba, me sigue gustando aunque es la que más me preocupa y me siento culpable cuando Javier sale solo con Helga.
Era domingo y yo sólo pensaba en lo bien que podría ser tener un perro en casa. Así que le dije a Javier que si quería la adoptaríamos. Como tenemos a Lyra (un gato de casi tres años), le dije que tendríamos que bañarla y llevarla a vacunar. Él se entusiasmó pero puso como condición que Helga demostrara su interés en nosotros. Así que salimos con rumbo a las veterinarias más cercanas a la casa.
Nos siguió a buen paso. Tuvimos que evadir a los perros feroces del barrio caminando por calles que nunca tomamos. Sin embargo logramos llegar a la primera. Estaba cerrada. Caminamos a la segunda y nada. Nos empezaba a dar comezón en la piernas y los brazos.
La subimos en el coche y no nos mordió ni trató de huir. Fuimos hacia otra veterinaria que estaba por cerrar, nos vendieron un jabón antipulgas y nos explicaron cómo hacer un bozal. No había vacunas disponibles. Caminando llegamos a otro local cerrado. Pero no nos dimos por vencidos, así que fuimos al nuevo centro comercial exclusivo para mascotas y aunque tenían todos los servicios no la quisieron bañar. Dijeron que debíamos comprobar que estaba vacunada.
Había una feria de adopciones en el estacionamiento y por fortuna la vacunaron, nos dieron una cartilla y recibimos unos cupones para la tienda. Nos regalaron un costalito de croquetas y compramos una placa, una correa, un collar y un lindo peluche para Helga.
Los del refugio nos explicaron que no podríamos bañarla de inmediato por la vacuna. Volvimos a la casa, le dimos de comer, la acariciamos un rato y nos fuimos a dormir. El día había pasado volando.
Cuando uno adopta en domingo no debe esperar que sea perfecto, pero esto se acercó bastante.
La idea de salir a pasear a diario me gustaba, me sigue gustando aunque es la que más me preocupa y me siento culpable cuando Javier sale solo con Helga.
Era domingo y yo sólo pensaba en lo bien que podría ser tener un perro en casa. Así que le dije a Javier que si quería la adoptaríamos. Como tenemos a Lyra (un gato de casi tres años), le dije que tendríamos que bañarla y llevarla a vacunar. Él se entusiasmó pero puso como condición que Helga demostrara su interés en nosotros. Así que salimos con rumbo a las veterinarias más cercanas a la casa.
Nos siguió a buen paso. Tuvimos que evadir a los perros feroces del barrio caminando por calles que nunca tomamos. Sin embargo logramos llegar a la primera. Estaba cerrada. Caminamos a la segunda y nada. Nos empezaba a dar comezón en la piernas y los brazos.
La subimos en el coche y no nos mordió ni trató de huir. Fuimos hacia otra veterinaria que estaba por cerrar, nos vendieron un jabón antipulgas y nos explicaron cómo hacer un bozal. No había vacunas disponibles. Caminando llegamos a otro local cerrado. Pero no nos dimos por vencidos, así que fuimos al nuevo centro comercial exclusivo para mascotas y aunque tenían todos los servicios no la quisieron bañar. Dijeron que debíamos comprobar que estaba vacunada.
Había una feria de adopciones en el estacionamiento y por fortuna la vacunaron, nos dieron una cartilla y recibimos unos cupones para la tienda. Nos regalaron un costalito de croquetas y compramos una placa, una correa, un collar y un lindo peluche para Helga.
Los del refugio nos explicaron que no podríamos bañarla de inmediato por la vacuna. Volvimos a la casa, le dimos de comer, la acariciamos un rato y nos fuimos a dormir. El día había pasado volando.
Cuando uno adopta en domingo no debe esperar que sea perfecto, pero esto se acercó bastante.
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